¿Qué hace un catalán en paro en un pueblecito a 100 km de donde Buda perdió la sandalia?

He llegado aquí para colaborar con ASSIST, una ONG india que ayuda a las comunidades rurales desde su base, y, por qué no, también para conocer la cultura del país, ver su situación y viajar un poco. Lo demás ya vendrá...

Si queréis consultar la web de la ONG:

www.assist.org.in

En la sección About us/Strategy os podéis hacer una idea aproximada de cómo trabajan.

¡Bienvenidos!


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Chilakaluripet, Guntur District, Andra Pradesh, India

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martes, 21 de junio de 2011

Visitas a proyectos (I)

Al cabo de poco tiempo de llegar aquí ya empecé a participar en algunos eventos que me permitieron ver un poco los proyectos que la organización está llevando a cabo. Son sólo una pequeña parte claro, ya que trabaja en un total de 350 pueblos aproximadamente.



Por lo visto, tras un acto social en el que asistí el director-top vio algunas fotos que había hecho y le gustaron, así que me propusieron documentar fotográficamente muchos proyectos y zonas sobre las que faltaban fotografías que poder usar tanto para el departamento de documentación como para la web u otras finalidades. Y yo, por supuesto, encantado.

Entreteniendo a los niños
 He hecho muchas visitas, quizá quince o veinte días los he pasado fuera de la oficina, así que no tiene sentido describirlas una a una. La dinámica solía ser la misma: me levantaba pronto por la mañana, cogía el coche (normalmente en compañía de algún trabajador), y tras un trayecto de entre una y tres horas nos plantábamos en la zona que fuera, donde el coordinador de área nos esperaba. A veces me sentía un poco como si fuera el rey de visita, ya que a menudo el resto del personal y los aldeanos me trataban en esa línea. Teresa ya experimentó un poco la sensación que se tiene cuando te sientan en una silla a la sombra y te sirven un refresco (para ellos un lujo) mientras a tu alrededor permanecen de pie al sol, incluyendo viejetes achacosos, o bien que alguien te siga con un paraguas en la mano cubriéndote del sol, como si fueras el papa, Berlusconi o el malogrado Michael Jackson.
Teresa, escoltada por un paraguas
Así, al llegar a la zona en cuestión la mecánica suele ser dar un paseo por el pueblo, fotografiando las cosas llevadas a cabo por ASSIST (Una escuela, letrinas, una planta de tratamiento del agua, un puente, un pozo, una presa, etcétera), así como los problemas que persisten (casas en mal estado o a medio construir, condiciones antihigiénicas, falta de drenaje de las aguas residuales, etc.). A veces, ha habido interacción con los aldeanos; en muchas ocasiones, he tomado vídeos a lo entrevista que tal vez puedan ser usados más adelante (son en telugu claro, y hay que traducirlo y subtitularlo). La verdad es que en muchos casos no sabes qué decirle a la gente, aunque ellos se encargan de hacerte llegar sus peticiones. Hecho esto, ¿qué puedes contarles? Yo no tengo ningún poder aquí, así que no les puedo prometer nada, como mucho que la organización hará lo que esté en su mano, lo cual es una promesa más bien pobre. A veces te sientes un poco impotente. Los problemas de esta gente son tantos y tan claros, pero los recursos para arreglarlo son limitados. 

No hacen falta palabras...
De todas formas, algo que me ha sorprendido es que, incluso en los lugares más desfavorecidos, reina un clima de dignidad y de agradecimiento, e incluso,  en ocasiones, de buen humor; aunque a veces las imágenes hablan por sí mismas y te puedes hacer una idea de las condiciones en que viven y de lo dura que debe de ser su vida. En comparación, la nuestra es un sinfín de innumerables lujos, desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir. Incluso comparadas con las de la gente de clase media/alta de aquí, nuestras condiciones de vida son un cúmulo de lujos.

Casa para dos personas en Yerraveni Chenchu Colony
 
Volviendo a los pueblos que he visitado, sin duda lo que vale más la pena y declina la balanza para que te marches con más alegría que tristeza son los niños. A pesar de las  condiciones en que viven, los niños indios destilan una alegría de vivir genuina que escasea entre los nuestros, a menudo agobiados ya por la vida a temprana edad. La mayoría, tras un rato de adaptación, fácilmente te devuelven una sonrisa, entre tímidos y encantados, y te observan con fascinación mediante miradas tan inocentes como intensas, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que muchas veces eres el primer hombre blanco que ven. Y lo de hombre blanco no es sólo una expresión, aquí la gente es muy oscura de piel, a menudo tanto como los africanos, pero con las curiosas facciones de los indios.

¿Dónde está Wally?
A menudo, al final de la visita viene el momento pachá, en que te sientan en una silla mientras ellos permanecen de pie, y te obsequian con un refresco, galletas, etc. Al cabo de un rato, lo normal es meterse de nuevo en el coche y desplazarse hasta otra población significativa.

Otro momento pachá, incluyendo viejete en posición de firmes y Sprites
Una vez descrito esto, que sería la tónica general de las visitas, me centraré en describir los aspectos más importantes.


Las escuelas

Escuela de verano para niños absentistas o que necesitan refuerzo


En la India hay un significativo porcentaje de niños que no van a la escuela de forma continuada. Si bien la educación es obligatoria entre los 5 y los 14 años, en la práctica hay numerosos factores que pueden influir para que no se lleve a cabo: aldeas aisladas sin colegio, demasiado alejadas de colegios del gobierno, falta de información de los padres, que no valoran la educación, situación laboral de los padres en que ambos trabajan y por lo tanto se llevan a los niños con ellos, trabajo infantil, cuidar de los hermanos pequeños, migraciones, etc.

Escuela construida y financiada por ASSIST
 La organización lleva años luchando contra ello, tanto en pro de la escolarización como en contra de la abstención escolar y el trabajo infantil. Con este fin, ha llevado a cabo distintas actividades. En muchos casos, el principal obstáculo para ayudar a la gente es la gente misma, que por desconocimiento, tradición o simple resistencia al cambio se niega a aceptar la ayuda por las alteraciones que genera. En el caso de la educación, desgraciadamente esto también ocurre. En ocasiones los padres, que no han sido escolarizados, no son conscientes de la importancia de la educación, y privan de ella a sus propios hijos siguiendo el modelo recibido. 

Un ejemplo de trabajo infantil

Otras veces son muy pobres y los ponen a trabajar para contribuir al sustento familiar, u otras veces no pueden llevarlos a la escuela, tienen que llevarlos con ellos o migran constantemente en busca de trabajo, con lo cual no tienen una residencia estable. Así, en estos casos el primer problema a superar es la actitud de los padres. En muchos casos, la única solución, aparte de una sensibilización y concienciación constante que tarda en dar sus frutos, es una pequeña contribución económica a la familia, además de garantizar el almuerzo de los escolares. De este modo, todos los padres verán como una ventaja el que sus hijos vayan a la escuela, lo cual unido a los efectos de la concienciación ayuda a disminuir mucho el absentismo escolar. 

Ese día no había clase... ¡¡¡Pero fueron a la escuela para verme!!! No me extraña, aquí soy una gran atracción...


ASSIST ha construido muchos TEC (Transitional Educational Centers), que funcionan como escuelas para que los niños puedan incorporarse después a la enseñanza secundaria. En otras ocasiones, se trata de centros donde los niños viven durante todo el curso escolar y reciben educación, ya que en ciertas áreas es la única manera de garantizar su asistencia a las clases. En estos casos, reciben además una formación esencial sobre buenos hábitos de higiene y nutrición, así como una alimentación adecuada y cuidados necesarios que aseguren su buena salud. También centros de cuidado infantil, donde los padres pueden dejar a sus hijos de 3 a 5 años al ir a trabajar, y desde los cuales luego se intenta colocar a los niños en colegios del gobierno. 

Reunión de seguimiento después de finalizar el curso.
Por otra parte, la organización también intenta ayudar a los adolescentes y jóvenes que han quedado descolgados de su educación y que, de otra forma, quedarían condenados a efectuar trabajos poco cualificados y remunerados. En estos Vocational Training Centers, entre docenas y cientos de alumnos elegidos viven durante seis meses, a la vez que estudian y aprenden una especialización que les pueda garantizar un buen empleo después: informática, trabajo de laboratorio, textil…Después se controla su salida y se intenta promocionarlos mediante contactos con el gobierno y empresas privadas



 

lunes, 13 de junio de 2011

Vacaciones con Teresa: Goa


Una de cal y una de arena, así que ahora toca un poco de diversión recordando la última parte del viaje con Teresa.

 
El domingo por la mañana llegamos, después de dormir como pudimos en el tren nocturno, a la estación de Madgaon, en Goa. Allí intentamos conseguir un rickshaw barato, pero en esa zona el gobierno lo tenía controlado, así que sólo había un servicio de taxis por unos 12 euros, lo cual era bastante caro. Dos individuos con una apariencia que no suscitaba confianza extrema nos ofrecieron a Teresa y a mí llevarnos en moto (uno en cada cacharro) por ¡un euro! cada uno. Pero entre el mal rollo que nos generaban y el potencial peligro de la situación (no tenían casco, no sabíamos cómo conducían, si las carreteras era peligrosas, y todos sabemos cómo es el tráfico aquí), preferimos gastar una cantidad aceptable en un taxi que asegurara razonablemente el mantenimiento de nuestra integridad física.

Tras tres cuartos de hora por una carretera solitaria (¡inaudito!) en los que nos emocionamos viendo bonitas laderas con árboles y sin basura a la vista (¡inaudito!), llegamos a la playa de Agonda. 

Dios mío, qué estrés de playa...


Una vez allí, empezamos el show de ir a un sitio, encontrar al encargado (eran las siete de la mañana), que nos mostrara la cabaña, negociar el precio (y entre ellos, la comisión, de forma descarada y ante nuestras narices), hablarlo Teresa y yo, decir que no… Fue una lástima porque los sitios chulos que habíamos visto por internet estaban llenos a pesar de que era fin de temporada. Por lo visto estaba casi todo cerrado, así que escaseaban las habitaciones libres. Al final llegamos a un lugar que nos pareció aceptable. Nos enseñaron una habitación y nos prometieron cambiarnos más tarde a otra que estaba en una cabaña elevada. Nos pareció algo cutre pero razonable para el precio (12 euros la noche), y después del tute de la noche anterior en tren y de ver sin éxito varios sitios bastante peores decidimos quedarnos. Estábamos encantados con la elección de la playa, enorme, muy bonita, tranquilísima y casi desierta, y con nuestra cabaña, muy sencilla pero con una terracita que daba al mar, lo cual era como un sueño hecho realidad (ayyy… qué ganas de volver a un sitio así). 

Nuestra cabaña delante del mar
Más estrés


El hombre de ahí era muy comunicativo y simpático, al preguntarle por actividades para hacer enseguida nos sacó un panfleto de una salida en barca con avistamiento de delfines y una actividad con elefantes. Ambas cosas me hacían una ilusión tremenda, ya sabía de su existencia pero se las había mantenido en secreto a Teresa para sorprenderla. El hombre nos dijo que podíamos hacer esa misma mañana la actividad de los delfines, lo cual aceptamos algo apabullados pero contentos.

Barca típica de pescador
Pescador típico de barca

Así que cogimos otra vez una embarcación de pescadores, con dos hombres que nos llevaron. Los delfines los avistamos saliendo muy poco de la superficie y a lo lejos, aunque vimos un par de saltos. Nos imaginábamos algo un poco más interactivo, pero supongo que al ser animales salvajes tampoco podíamos pedir que nos saludaran sonriendo con la cabeza fuera del agua y que hicieran triples mortales con tirabuzón por encima de la barca como si estuviéramos en el Aquapark. 

El único dichoso delfín al que pude sacarle la cabeza
Butterfly beach?
Impresionante ver ese paisaje con las águilas volando cerca
Teresa y el guijarrito
  
Después la barca nos llevó a dos calas pequeñas y muy bonitas, y por el camino vimos a varias águilas marinas volando muy cerca e incluso cayendo a plomo sobre el agua para salir volando de nuevo con un pez entre sus garras. Fue genial, sólo por eso valió la pena coger la barca. Disfrutamos como enanos y yo aproveché mi nuevo y flamante teleobjetivo para sacar a esos magníficos animales docenas de planos cercanos y estupendas fotos, que en el momento imaginaba poco menos que dignas del National Geographic… si no fuera por que salieron casi todas desenfocadas. Dado que mi objetivo es bastante sencillo no enfoca bien con objetos que se mueven tan rápido, y además por un error mío en el modo fotográfico, sólo algunas han quedado aceptables. Pero el bonito recuerdo está perfectamente nítido en nuestras mentes.

¡Mira por dónde vuelas!

La única foto aceptablemente enfocada



Después de disfrutar una deliciosa comida en el restaurante, sobre todo por unas gambas con masala tremendas, alquilamos una moto y nos dedicamos a recorrer un poco la costa. 
Teresa sin saber que le esperaban unas deliciosas gambas masala

Aunque habíamos contado con chóferes que nos movían de un sitio a otro, esas horas en moto fueron de lo mejor del viaje. La sensación de libertad, diversión y complicidad era increíble. Fuimos a una ajada fortaleza/mirador que había por allí, y luego a Palolem, una playa muy famosa y considerada de las más bonitas de Goa. Habíamos estado mirando alojamientos allí, y por poco margen nos decantamos finalmente por Agonda. Al llegar a Palolem dimos gracias a la patrona de los turistas felices por no haber reservado en un hotel de allí. Aquello era una especie de Salou a la india: una calle principal con una tienda de souvenirs detrás de la otra y, lo peor de todo, una playa ocupada de punta a punta por chiringuitos, restaurantes… y llena de gente.
La "preciosa" playa de Palolem
Unas barcas fotografiadas por Teresa
 
Dimos una vuelta por ahí, y compramos varios souvenirs, tarea para la cual Teresa exhibió de nuevo sus habilidades combativo-regateadoras, ganando casi todos los  enfrentamientos por K.O. absoluto, y consiguiendo muy buenas compras, a veces a mitad del precio inicial. Tuvo mérito porque la gente de las tiendecitas era encantadora, pero bajo su agradable sonrisa y su comportamiento servicial se hallaban siempre férreos contrincantes. Tuvimos un pequeño susto ya que yo, que no estoy hecho para ir de tiendas y me saturo un poco después de la tercera, perdí el casco en algún momento. Por culpa de ello tuvimos que repetir el recorrido a la inversa, y encontramos felizmente el casco en una de las paraditas.

Llegamos a tiempo para cenar en el restaurante que llevaba nuestro “amigo” del hotel. No nos dio muy buena espina porque el hombre nos insistía mucho en que tenía pescado fresco y que si lo queríamos para cenar, y que nos lo podía servir en el momento, pero no decía más. Allí Teresa le preguntó el precio, y, oh sorpresa, resulta que valía el triple que una cena normal. Estaba bueno, pero la comida nos había gustado más por mucho menos.

Al día siguiente planeábamos realizar la actividad de los elefantes. Después de lo de la cena, y de que finalmente aquella la mañana no nos hubieran cambiado a la cabaña que nos habían prometido, no nos fiábamos mucho y le preguntamos varias veces al hombre sobre el precio, qué se hacía, dónde era, etc. Insistimos sobre todo en el precio, que nos confirmó al 100%.

Así que a la mañana siguiente nos levantamos pronto y cogimos el taxi que nos esperaba para llevarnos allí, tras una hora y media de viaje. Por el camino, el conductor ya nos adelantó un sobreprecio de la actividad que no esperábamos. Al llegar vimos a tres elefantes allí plantados, impresionante, pero la alegría no duró mucho ya que sólo llegar nos pedían ¡¡¡cuatro veces el precio que nos había dicho el tío del hotel!!! Así que intentamos negociar con ellos, luego con el conductor, que no tenía nada que ver, y finalmente llamamos al del hotel. Su excusa era que no sabía nada (vaya excusa más insultante, ni que fuéramos idiotas), y se limitó a pedir disculpas sin ofrecernos solución. Así que al final negociamos la actividad por 2.5 veces el precio esperado y sin la comida ni la visita a la plantación (cuando nos lo vendió el del hotel, nos dijo que era un lugar salvaje, como un bosque). La actividad se redujo a un paseo montados en elefante de unos 10 minutos por un camino cutre, y luego a meterse en el río con un elefante y lavarlo (a pesar de que los guiris anteriores ya lo habían dejado reluciente), para, posteriormente, subir a su grupa y ser duchado varias veces con agua fría por la trompa del elefante. 


Las sensaciones finales fueron contradictorias. Por un lado, nos sentíamos un poco estafados y desilusionados, y daba lástima ver cómo esos imponentes animales eran obligados a hacer las mismas payasadas para los turistas una vez tras otra. Veías claramente que lo que quería el bicho era estirarse en un lado y que lo dejaran en paz. Por otro lado, no nos queríamos amargar la experiencia, y ver tan de cerca, y tocar y acariciar a un elefante no tenía precio. Por mi parte, me gustaría repetirlo pero esta vez con garantías, no tanto por el precio como por la actividad.
El pobre bicho disfrutando de unos momentos de paz
Con su "cuidador"
Desenfocados pero contentos

Como al salir de allí era aún pronto para volver, decidimos aprovechar el chófer, y acordamos con él un nuevo precio para la visita a Old Goa, la antigua capital. Old Goa era una mezcla un poco extraña de típica ciudad india y colonia portuguesa, ya que tenía amplios paseos, iglesias y catedrales de estilo occidental, todo ello encajado entre los típicos edificios indios, bajos, apiñados entre ellos y ajados. Era bastante chocante entrar en una catedral cristiana en la India, y encima verla llena de indios, claro, y todos haciendo fotos y bastante ruido a pesar de los carteles exigiendo lo contrario. Allí visitamos también el museo arqueológico, que nos permitió aprender un poco más sobre el país y que fue lo que más nos gustó de la ciudad. 
El cartel más ignorado de la historia...


La hora de comer se convirtió en un periplo, ya que a pesar de la supuesta fama de Goa en cuanto a comida y pescados, no encontrábamos ni un restaurante un poco decente, sólo alguno tremendamente cutre, hecho polvo y sucio, por mucho que buscábamos y preguntábamos. Al final entramos en uno 100% auténtico, cutrillo per aceptable, y nos sirvieron, como en muchos lugares de aquí, directamente al sentarnos, una bandeja de metal con un poco de arroz, varios pescados y salsas. Teresa apenas tocó su plato (no la culpo). Tras una plegaria a la patrona de los turistas sin diarrea, yo me lo comí y terminé el plato. Encontré que no estaba mal después de todo, aunque tampoco era para tirar cohetes. Lo más sorprendente fue el precio: menos de un euro por cabeza. 


Al volver al hotel cogimos los bártulos y nos mudamos a otras cabañas en la misma playa, ya que para ese día sí tenían sitio y era donde queríamos ir de inicio. El cambio fue brutal: una habitación grande y elegante, todo limpio, personal muy atento y amable, aire acondicionado, tumbonas y hamacas con toldo en la playa, armario, sábanas limpias… Estábamos tan bien que ya no nos movimos de allí en toda la tarde. 

Por la noche fuimos a un guiri-restaurante que nos habían recomendado en el hotel, donde tomamos la mejor cena de todo el viaje: thai noodles y calamares a la plancha, delicioso, con acompañamiento, y aderezado por el sonido del mar.
Foto de Teresa, "fetichista" de sillas y bancos

Meditando sobre la etimología de los Chupa Chups

La mañana siguiente era la última que estábamos juntos, así que nos dedicamos a disfrutar esas postreras horas de mutua compañía y luego comimos en el mismo restaurante de la cena anterior. Después, acompañé a Teresa al aeropuerto, y tras los inevitables adioses, besos, abrazos y lágrimas volví hecho polvo al hotel.

Por la noche me dediqué a hacer el friki y, después de la última cena en nuestro restaurante preferido (donde me comí unos gambones tremendos), me acerqué a unas rocas que había localizado, cruzando buena parte de la playa en plena noche. Allí intenté poner en práctica los cursos de fotografía que voy siguiendo (gràcies Noe), con todo tipo de vicisitudes y problemas, incluyendo el agotamiento de la batería cuando llevaba unos veinte minutos de la foto definitiva. Así que al final entre una cosa y otra necesité casi tres horas para la foto, ya que el tiempo de exposición de ésta sola era ya de cuarenta y cinco minutos. Cometí varios errores, pero a pesar de ello el resultado final no es tan malo para ser la primera foto nocturna “seria”.



Después de dormir un par de horas, el taxi me llevó al aeropuerto de Goa, desde donde volé a Mumbai y de ahí a Hyderabad. Este vuelo llegó con más de una hora de retraso, con lo cual casi pierdo el último, Hyderabad-Vijayawada, ya que era un billete distinto. Lo más divertido fue que en el primer control pasé la mochila como equipaje de mano, y en el segundo me pillaron una navajita que llevaba allí y tuve que facturar. Al llegar corriendo para pillar el tercer vuelo me metieron bronca (a lo cual les respondí sin complejos que culpasen a la compañía aérea, faltaría más) y al preguntar si podía facturar la mochila me dijeron que no había tiempo y que si llevaba algo prohibido lo tirase. ¡Sí hombre! Con lo cual no tuve más remedio que llevarla como equipaje de mano y pasarla por el escáner cruzando los dedos… Pero por suerte, el aburrido guardia apenas le echó un vistazo a la pantalla y ni se inmutó, así que pude conservar mi llavero. Unas 12 horas después de dejar el hotel de Goa, llegaba a la oficina de Chilakaluripet, cansado, y deprimido por separarme de nuevo de mi pareja, y porque aquel oasis de buenos ratos que tanto habíamos disfrutado hubiera terminado. Pero al cabo de unos días me recuperé, y aquí seguimos al pie del cañón…


domingo, 5 de junio de 2011

Un mal día


A veces las circunstancias realmente me hacen tener plena conciencia de que me encuentro en un país muy lejano y en una cultura muy lejana. O, más bien, me abofetean con esa realidad.

Esta mañana no he tenido un gran despertar, preocupado por varias cosas y despertado, en mi único día de fiesta, al cabo de menos de seis horas de acostarme, después de varios días durmiendo igual cantidad de horas. Cortesía de mis amigos de la compañía operadora del móvil (sí, te llaman varias veces al día, a cualquier hora, por ejemplo a las siete de la mañana, y te enchufan una grabación publicitaria, así que no te dejan ni el desahogo de injuriar a sus madres, abuelas y todas sus generaciones pasadas de pacientes progenitores indios).

Al abrir la puerta de la habitación… sorpresa, no está el desayuno, que me acostumbran a dejar ahí (casi mejor, porque si no todavía me hubiera levantado más temprano, aunque sea domingo llaman a las 8:30 a pesar de que les han dicho que no lo hagan). Bueno, bajo a la oficina y entro en la sala de reuniones, que es donde suelo comer y cenar. Tampoco hay nada, sólo un rollo de papel de WC que me han dejado allí, por fin, después de tres días de pedirlo a diario. Pero, aunque su hallazgo es una buena noticia, no es comestible.

Me pongo a buscar al vigilante, sin éxito. Oigo unas voces arriba, parece que hay gente de fuera reunida, no son de la oficina. Así que por ahora decido no llamar al vigilante a voces (tampoco sé cómo se llama, hace poco ha llegado sustituyendo a otro anterior al que por lo visto le rajaron el cuello en una pelea) y me limito a dar vueltas por el recinto, sin suerte. Ello empeora mi humor un poco más.

Al final oigo una voz, es el vigilante. Le pregunto el nombre de “desayuno” (no habla ni papa de inglés, como todo el personal más humilde dedicado a limpieza y vigilancia) en telugu y más o menos parece que dice que sí. Lo sigo a la sala de reuniones y le muestro el interior vacío, a excepción del rollo de papel de váter no comestible. El hombre farfulla algo y me hace un gesto indicando arriba. ¿Arriba qué? Insiste, así que subo al piso superior ya que alguna vez he comido en una oficina de allí. No hay nada, está todo cerrado. Bajo e interrogo al hombre con gestos, y él me responde obviamente en telugu. La comunicación es imposible, intentarlo exasperante. Tras un intervalo de uno o dos minutos que se hace eterno, tratando sin éxito de hacerme entender, más o menos creo llegar a un acuerdo y comprender que me dice que me espere en la sala. Eso hago, y al cabo de diez minutos o un cuarto de hora de tensa espera, preguntándome si el hombre va a volver o no y planteándome volver a la habitación, finalmente me sirve una especie de donuts salados en una especie de caldo con vegetales y una cebolla. El sabor no me convence, pero por lo menos varío, ya que todos los días me sirven lo mismo para desayunar. Tampoco parece muy picante, como otras recetas que llevan trozos de chile enteros, granos de pimienta y otras cosas de las que me acuerdo a menudo cuando me encuentro sentado en el váter, y no con cariño precisamente.

Si lo de esta mañana fuera un caso aislado no me molestaría, o lo tomaría como una anécdota, tengo paciencia y no soy tan quejica. Lo malo es que para algo tan tonto y básico como que te limpien la habitación o que te traigan la ropa limpia tienes que perseguir a la gente, y hacerlo varios días cada semana para varias cosas distintas a mí me agota. Una vez hasta medio abronqué al hombre encargado de la limpieza, pareció surtir un cierto efecto pero no mucho. Y se van sumando muchas otras cosas que, aunque suelen ser pequeñas, te van minando. Cuando ves que sus propios jefes les pegan broncas y les repiten las cosas y ni así les hacen caso, te das cuenta de que es relativamente normal, aunque eso es un pobre consuelo. En la oficina, hay gente muy eficiente, a la que le pides algo y te lo dan el mismo día, pero algunas veces también he necesitado pedir las cosas cinco o seis veces o esperar varias semanas. A veces es agotador, porque aunque soy paciente me quita mucha energía ir detrás de la gente o pedirles o exigirles cosas. Es algo que odio. Al final administras tu energía y para según qué situaciones te dejas llevar, y otras cosas las pides sólo una vez porque acabas gastando tu energía en las prioritarias. Pero sigue siendo agotador.

Ayer ponía un ejemplo: hemos tenido un problema con la web, que no está terminada y que queremos usar para actualizar noticias, entre otras cosas. Durante tres meses o más, los webmasters, que son externos a la ONG, no hicieron nada. El informático y yo los fuimos a ver durante este plazo para pedirles unos cambios. Han hecho falta más de dos meses, muchas llamadas y muchas broncas por parte del informático para que finalmente realicen algunos cambios menores. Todo esto es un problema, porque una cosa ralentiza a la otra y así sucesivamente, en un efecto acumulado. La consecuencia es que el retraso final puede ser enorme. Hay cosas que quería hacer al poco de llegar y aún estoy esperando porque necesito unos datos o una información y no me lo dan. Sobre lo relacionado con la web, aún no he podido hacer nada, sólo sugerir algunos cambios menores parte de los cuales no han sido implementados todavía.

En fin, necesitaba desahogarme, a veces me lo tomo a cachondeo pero cuando te pilla en momentos malos o de bajón anímico es mucho más difícil verle la parte cómica. Por lo menos ya sé que no es nada personal, al principio me planteaba si no me tomaban el pelo… En España probablemente sería así, si tres días seguidos pides algo y cada vez te dicen que sí con una sonrisa pero al cuarto día sigue igual…Los webmasters llegaron a llamar a la ONG anunciando que ya habían realizado todos los cambios; cuando lo comprobamos, vimos que ¡¡¡no habían hecho ninguno!!! Ver para creer...

No pretendo imponer nuestro estresado modelo occidental a esta gente, ya que tampoco creo que sea el mejor. Hay una parte de la India que trabaja para o en los países occidentales y curran como animales, hacen horas extra, fines de semana… Ese es el otro extremo, más materialista que los propios occidentales. Ni lo uno ni lo otro. Pero creo que a veces la gente de este país adolece de una gran falta de diligencia, de una ausencia de cierta ambición personal, de la no existencia de aquella satisfacción de progresar profesional o personalmente superando ciertos retos, o de la simple voluntad de mejorar. Hay gente tremendamente comprometida y trabajadora, como los directores de la ONG, pero también el extremo opuesto. Y, por lo que veo, aquí en la ONG el porcentaje de gente trabajadora es alto, por suerte. Pero fuera de aquí es distinto, creo.

En definitiva, no sé si esta gente sería más feliz si adoptaran algunos de nuestros estresantes estándares. Pero sí creo que el país sería más rico y se encontraría más avanzado a nivel económico. ¿Es eso deseable? Para la gente pobre de India, que vive en pésimas condiciones, sí. Habría más contribuciones para ellos, más ayudas y más igualdad. Por lo menos vivirían una vida más digna. Además, ese desarrollo económico, en mi opinión, acarrearía un inevitable progreso social.

Al igual que todos los países, incluyendo el nuestro, creo que la India arrastra grandes lacras que impiden que avance como podría hacerlo. Y en algunos aspectos, como la igualdad de la mujer, los escasos estándares de higiene, la represión sexual o el concepto del trabajo, debe vencer la marea de costumbres con cientos o miles de años de antigüedad, lo cual es un cambio tan titánico que es imposible que se realice si no es a lo largo de décadas. Y a veces hay visiones tan profundamente arraigadas en la sociedad que es casi imposible que se vean como un problema.

Por poner un ejemplo, aquí existe la costumbre de comer con la mano derecha a modo de cubiertos. Esto no es malo de por sí, e incluso hay quien dice que es más natural y se disfruta más de la comida; pero, combinado con muy insuficientes costumbres de higiene, la falta de uso de jabón (por lo que he visto muchas veces se lavan las manos sólo con agua) y la costumbre de usar la mano izquierda en vez de papel higiénico (lavándose, por supuesto, sólo con agua en muchos casos), puede tener consecuencias devastadoras, sobre todo en la población más desfavorecida. Y como esto, muchas otras cosas. Para luchar contra la insalubridad en la que vive mucha gente, para empezar hay que cambiar sus costumbres, y eso es lo más difícil de todo. Es como si a nosotros de repente nos dijeran que andar con zapatos es malo, acarrea muchas enfermedades, y que para evitarlas hay que andar descalzo y con los zapatos en la cabeza. Es un ejemplo absurdo, pero creo que ejemplifica bastante bien. Paradójicamente, a menudo el aspecto más difícil para mejorar las cosas no es la disponibilidad de los recursos necesarios sino la propia resistencia al cambio de quienes se quiere ayudar.

Otro aspecto complicado: el matrimonio y la represión sexual. Según la tradición aquí no se pueden tener relaciones antes del matrimonio, y el divorcio es casi inexistente y está muy mal visto incluso cuando las relaciones son desastrosas. Muchas veces los matrimonios son arreglados por las familias, y los novios se han visto sólo algunos minutos antes de casarse. Está claro que estos valores tan conservadores no funcionan, sobre todo teniendo en cuenta el grave problema del país con la prostitución. Además, esos mismos valores tan pretendidamente puritanos son los que estigmatizan a una mujer que haya ejercido la prostitución -muchas veces forzada por las mafias- o que incluso haya sido violada, de forma que generalmente es rechazada por su propia familia y le resultará imposible encontrar a un hombre no haga lo mismo. ¿Debería este país adoptar nuestra visión liberal de las relaciones y del sexo? No tiene por qué ser mejor, y nosotros también tenemos mucho que hacer en ese aspecto. Pero está claro que el modelo conservador no funciona, así que debería cambiar. Por suerte, los matrimonios arreglados están entrando en recesión, y el sexo antes del matrimonio empieza también a existir.

Con todo este texto no quiero decir que la India no me guste o que sea desastrosa. Hay muchas cosas de aquí que me gustan mucho, y en varios aspectos deberíamos aprender de ellos. Aquí la gente es muy alegre, espontánea y solidaria, y te ayuda desinteresadamente. Los niños de aquí tienen esa alegría natural que muchos de los nuestros suelen perder a una edad muy temprana, agobiados entre exceso de actividades extraescolares, presión social desde los medios y el entorno, hogares desestructurados o padres estresados que no tienen tiempo para ellos. Pero, aunque este país tiene muchas cosas muy buenas, a veces se hace muy difícil estar en una cultura tan distinta. A veces, por mucho que intente adaptarme, el choque de mentalidades me resulta totalmente apabullante.

Bueno, si alguien ha llegado hasta aquí sin leer en diagonal es que estabais muy aburridos, o bien que os importa mucho lo que me pase y lo que piense. Gracias. Prometo que la próxima entrada será más entretenida…