¿Qué hace un catalán en paro en un pueblecito a 100 km de donde Buda perdió la sandalia?

He llegado aquí para colaborar con ASSIST, una ONG india que ayuda a las comunidades rurales desde su base, y, por qué no, también para conocer la cultura del país, ver su situación y viajar un poco. Lo demás ya vendrá...

Si queréis consultar la web de la ONG:

www.assist.org.in

En la sección About us/Strategy os podéis hacer una idea aproximada de cómo trabajan.

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lunes, 13 de junio de 2011

Vacaciones con Teresa: Goa


Una de cal y una de arena, así que ahora toca un poco de diversión recordando la última parte del viaje con Teresa.

 
El domingo por la mañana llegamos, después de dormir como pudimos en el tren nocturno, a la estación de Madgaon, en Goa. Allí intentamos conseguir un rickshaw barato, pero en esa zona el gobierno lo tenía controlado, así que sólo había un servicio de taxis por unos 12 euros, lo cual era bastante caro. Dos individuos con una apariencia que no suscitaba confianza extrema nos ofrecieron a Teresa y a mí llevarnos en moto (uno en cada cacharro) por ¡un euro! cada uno. Pero entre el mal rollo que nos generaban y el potencial peligro de la situación (no tenían casco, no sabíamos cómo conducían, si las carreteras era peligrosas, y todos sabemos cómo es el tráfico aquí), preferimos gastar una cantidad aceptable en un taxi que asegurara razonablemente el mantenimiento de nuestra integridad física.

Tras tres cuartos de hora por una carretera solitaria (¡inaudito!) en los que nos emocionamos viendo bonitas laderas con árboles y sin basura a la vista (¡inaudito!), llegamos a la playa de Agonda. 

Dios mío, qué estrés de playa...


Una vez allí, empezamos el show de ir a un sitio, encontrar al encargado (eran las siete de la mañana), que nos mostrara la cabaña, negociar el precio (y entre ellos, la comisión, de forma descarada y ante nuestras narices), hablarlo Teresa y yo, decir que no… Fue una lástima porque los sitios chulos que habíamos visto por internet estaban llenos a pesar de que era fin de temporada. Por lo visto estaba casi todo cerrado, así que escaseaban las habitaciones libres. Al final llegamos a un lugar que nos pareció aceptable. Nos enseñaron una habitación y nos prometieron cambiarnos más tarde a otra que estaba en una cabaña elevada. Nos pareció algo cutre pero razonable para el precio (12 euros la noche), y después del tute de la noche anterior en tren y de ver sin éxito varios sitios bastante peores decidimos quedarnos. Estábamos encantados con la elección de la playa, enorme, muy bonita, tranquilísima y casi desierta, y con nuestra cabaña, muy sencilla pero con una terracita que daba al mar, lo cual era como un sueño hecho realidad (ayyy… qué ganas de volver a un sitio así). 

Nuestra cabaña delante del mar
Más estrés


El hombre de ahí era muy comunicativo y simpático, al preguntarle por actividades para hacer enseguida nos sacó un panfleto de una salida en barca con avistamiento de delfines y una actividad con elefantes. Ambas cosas me hacían una ilusión tremenda, ya sabía de su existencia pero se las había mantenido en secreto a Teresa para sorprenderla. El hombre nos dijo que podíamos hacer esa misma mañana la actividad de los delfines, lo cual aceptamos algo apabullados pero contentos.

Barca típica de pescador
Pescador típico de barca

Así que cogimos otra vez una embarcación de pescadores, con dos hombres que nos llevaron. Los delfines los avistamos saliendo muy poco de la superficie y a lo lejos, aunque vimos un par de saltos. Nos imaginábamos algo un poco más interactivo, pero supongo que al ser animales salvajes tampoco podíamos pedir que nos saludaran sonriendo con la cabeza fuera del agua y que hicieran triples mortales con tirabuzón por encima de la barca como si estuviéramos en el Aquapark. 

El único dichoso delfín al que pude sacarle la cabeza
Butterfly beach?
Impresionante ver ese paisaje con las águilas volando cerca
Teresa y el guijarrito
  
Después la barca nos llevó a dos calas pequeñas y muy bonitas, y por el camino vimos a varias águilas marinas volando muy cerca e incluso cayendo a plomo sobre el agua para salir volando de nuevo con un pez entre sus garras. Fue genial, sólo por eso valió la pena coger la barca. Disfrutamos como enanos y yo aproveché mi nuevo y flamante teleobjetivo para sacar a esos magníficos animales docenas de planos cercanos y estupendas fotos, que en el momento imaginaba poco menos que dignas del National Geographic… si no fuera por que salieron casi todas desenfocadas. Dado que mi objetivo es bastante sencillo no enfoca bien con objetos que se mueven tan rápido, y además por un error mío en el modo fotográfico, sólo algunas han quedado aceptables. Pero el bonito recuerdo está perfectamente nítido en nuestras mentes.

¡Mira por dónde vuelas!

La única foto aceptablemente enfocada



Después de disfrutar una deliciosa comida en el restaurante, sobre todo por unas gambas con masala tremendas, alquilamos una moto y nos dedicamos a recorrer un poco la costa. 
Teresa sin saber que le esperaban unas deliciosas gambas masala

Aunque habíamos contado con chóferes que nos movían de un sitio a otro, esas horas en moto fueron de lo mejor del viaje. La sensación de libertad, diversión y complicidad era increíble. Fuimos a una ajada fortaleza/mirador que había por allí, y luego a Palolem, una playa muy famosa y considerada de las más bonitas de Goa. Habíamos estado mirando alojamientos allí, y por poco margen nos decantamos finalmente por Agonda. Al llegar a Palolem dimos gracias a la patrona de los turistas felices por no haber reservado en un hotel de allí. Aquello era una especie de Salou a la india: una calle principal con una tienda de souvenirs detrás de la otra y, lo peor de todo, una playa ocupada de punta a punta por chiringuitos, restaurantes… y llena de gente.
La "preciosa" playa de Palolem
Unas barcas fotografiadas por Teresa
 
Dimos una vuelta por ahí, y compramos varios souvenirs, tarea para la cual Teresa exhibió de nuevo sus habilidades combativo-regateadoras, ganando casi todos los  enfrentamientos por K.O. absoluto, y consiguiendo muy buenas compras, a veces a mitad del precio inicial. Tuvo mérito porque la gente de las tiendecitas era encantadora, pero bajo su agradable sonrisa y su comportamiento servicial se hallaban siempre férreos contrincantes. Tuvimos un pequeño susto ya que yo, que no estoy hecho para ir de tiendas y me saturo un poco después de la tercera, perdí el casco en algún momento. Por culpa de ello tuvimos que repetir el recorrido a la inversa, y encontramos felizmente el casco en una de las paraditas.

Llegamos a tiempo para cenar en el restaurante que llevaba nuestro “amigo” del hotel. No nos dio muy buena espina porque el hombre nos insistía mucho en que tenía pescado fresco y que si lo queríamos para cenar, y que nos lo podía servir en el momento, pero no decía más. Allí Teresa le preguntó el precio, y, oh sorpresa, resulta que valía el triple que una cena normal. Estaba bueno, pero la comida nos había gustado más por mucho menos.

Al día siguiente planeábamos realizar la actividad de los elefantes. Después de lo de la cena, y de que finalmente aquella la mañana no nos hubieran cambiado a la cabaña que nos habían prometido, no nos fiábamos mucho y le preguntamos varias veces al hombre sobre el precio, qué se hacía, dónde era, etc. Insistimos sobre todo en el precio, que nos confirmó al 100%.

Así que a la mañana siguiente nos levantamos pronto y cogimos el taxi que nos esperaba para llevarnos allí, tras una hora y media de viaje. Por el camino, el conductor ya nos adelantó un sobreprecio de la actividad que no esperábamos. Al llegar vimos a tres elefantes allí plantados, impresionante, pero la alegría no duró mucho ya que sólo llegar nos pedían ¡¡¡cuatro veces el precio que nos había dicho el tío del hotel!!! Así que intentamos negociar con ellos, luego con el conductor, que no tenía nada que ver, y finalmente llamamos al del hotel. Su excusa era que no sabía nada (vaya excusa más insultante, ni que fuéramos idiotas), y se limitó a pedir disculpas sin ofrecernos solución. Así que al final negociamos la actividad por 2.5 veces el precio esperado y sin la comida ni la visita a la plantación (cuando nos lo vendió el del hotel, nos dijo que era un lugar salvaje, como un bosque). La actividad se redujo a un paseo montados en elefante de unos 10 minutos por un camino cutre, y luego a meterse en el río con un elefante y lavarlo (a pesar de que los guiris anteriores ya lo habían dejado reluciente), para, posteriormente, subir a su grupa y ser duchado varias veces con agua fría por la trompa del elefante. 


Las sensaciones finales fueron contradictorias. Por un lado, nos sentíamos un poco estafados y desilusionados, y daba lástima ver cómo esos imponentes animales eran obligados a hacer las mismas payasadas para los turistas una vez tras otra. Veías claramente que lo que quería el bicho era estirarse en un lado y que lo dejaran en paz. Por otro lado, no nos queríamos amargar la experiencia, y ver tan de cerca, y tocar y acariciar a un elefante no tenía precio. Por mi parte, me gustaría repetirlo pero esta vez con garantías, no tanto por el precio como por la actividad.
El pobre bicho disfrutando de unos momentos de paz
Con su "cuidador"
Desenfocados pero contentos

Como al salir de allí era aún pronto para volver, decidimos aprovechar el chófer, y acordamos con él un nuevo precio para la visita a Old Goa, la antigua capital. Old Goa era una mezcla un poco extraña de típica ciudad india y colonia portuguesa, ya que tenía amplios paseos, iglesias y catedrales de estilo occidental, todo ello encajado entre los típicos edificios indios, bajos, apiñados entre ellos y ajados. Era bastante chocante entrar en una catedral cristiana en la India, y encima verla llena de indios, claro, y todos haciendo fotos y bastante ruido a pesar de los carteles exigiendo lo contrario. Allí visitamos también el museo arqueológico, que nos permitió aprender un poco más sobre el país y que fue lo que más nos gustó de la ciudad. 
El cartel más ignorado de la historia...


La hora de comer se convirtió en un periplo, ya que a pesar de la supuesta fama de Goa en cuanto a comida y pescados, no encontrábamos ni un restaurante un poco decente, sólo alguno tremendamente cutre, hecho polvo y sucio, por mucho que buscábamos y preguntábamos. Al final entramos en uno 100% auténtico, cutrillo per aceptable, y nos sirvieron, como en muchos lugares de aquí, directamente al sentarnos, una bandeja de metal con un poco de arroz, varios pescados y salsas. Teresa apenas tocó su plato (no la culpo). Tras una plegaria a la patrona de los turistas sin diarrea, yo me lo comí y terminé el plato. Encontré que no estaba mal después de todo, aunque tampoco era para tirar cohetes. Lo más sorprendente fue el precio: menos de un euro por cabeza. 


Al volver al hotel cogimos los bártulos y nos mudamos a otras cabañas en la misma playa, ya que para ese día sí tenían sitio y era donde queríamos ir de inicio. El cambio fue brutal: una habitación grande y elegante, todo limpio, personal muy atento y amable, aire acondicionado, tumbonas y hamacas con toldo en la playa, armario, sábanas limpias… Estábamos tan bien que ya no nos movimos de allí en toda la tarde. 

Por la noche fuimos a un guiri-restaurante que nos habían recomendado en el hotel, donde tomamos la mejor cena de todo el viaje: thai noodles y calamares a la plancha, delicioso, con acompañamiento, y aderezado por el sonido del mar.
Foto de Teresa, "fetichista" de sillas y bancos

Meditando sobre la etimología de los Chupa Chups

La mañana siguiente era la última que estábamos juntos, así que nos dedicamos a disfrutar esas postreras horas de mutua compañía y luego comimos en el mismo restaurante de la cena anterior. Después, acompañé a Teresa al aeropuerto, y tras los inevitables adioses, besos, abrazos y lágrimas volví hecho polvo al hotel.

Por la noche me dediqué a hacer el friki y, después de la última cena en nuestro restaurante preferido (donde me comí unos gambones tremendos), me acerqué a unas rocas que había localizado, cruzando buena parte de la playa en plena noche. Allí intenté poner en práctica los cursos de fotografía que voy siguiendo (gràcies Noe), con todo tipo de vicisitudes y problemas, incluyendo el agotamiento de la batería cuando llevaba unos veinte minutos de la foto definitiva. Así que al final entre una cosa y otra necesité casi tres horas para la foto, ya que el tiempo de exposición de ésta sola era ya de cuarenta y cinco minutos. Cometí varios errores, pero a pesar de ello el resultado final no es tan malo para ser la primera foto nocturna “seria”.



Después de dormir un par de horas, el taxi me llevó al aeropuerto de Goa, desde donde volé a Mumbai y de ahí a Hyderabad. Este vuelo llegó con más de una hora de retraso, con lo cual casi pierdo el último, Hyderabad-Vijayawada, ya que era un billete distinto. Lo más divertido fue que en el primer control pasé la mochila como equipaje de mano, y en el segundo me pillaron una navajita que llevaba allí y tuve que facturar. Al llegar corriendo para pillar el tercer vuelo me metieron bronca (a lo cual les respondí sin complejos que culpasen a la compañía aérea, faltaría más) y al preguntar si podía facturar la mochila me dijeron que no había tiempo y que si llevaba algo prohibido lo tirase. ¡Sí hombre! Con lo cual no tuve más remedio que llevarla como equipaje de mano y pasarla por el escáner cruzando los dedos… Pero por suerte, el aburrido guardia apenas le echó un vistazo a la pantalla y ni se inmutó, así que pude conservar mi llavero. Unas 12 horas después de dejar el hotel de Goa, llegaba a la oficina de Chilakaluripet, cansado, y deprimido por separarme de nuevo de mi pareja, y porque aquel oasis de buenos ratos que tanto habíamos disfrutado hubiera terminado. Pero al cabo de unos días me recuperé, y aquí seguimos al pie del cañón…


1 comentario:

  1. Ei Roger:
    Quines bones vacanes, eh? Que xulo tot... Estàs en el teu hàbitat natural treballant per una ONG, no?
    Eva

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